domingo, 29 de noviembre de 2015

La muerte de las musas: un poema de ¿nuevas masculinidades?


¿Sueños de piedra?
Ya no, por suerte.
Estoy vivo y ya sos más.

Me bebo el sudor de tus magnolias.
Me empapan como el mar.

Y para serte franco,
te prefiero así:
de carne, no de luna.
De gemidos y con tiempo (dos horas por semana; tal vez más).

Cierro mis ojos abiertos,
abro mi piel.
Me despierto en la mitad de la vigilia
y por tu culpa ya no sueño por la noche.

¿Qué te hiciste, mujer?
¿Qué le hiciste al amor de cristal?
¿Por qué rompiste el monolito de lujuria?
¿Por qué salís a la calle acompañada?
¿Qué fue lo que me hiciste, mujer sola?
Mujer musa, mujer puta…
Mujer poeta, mujer bruja.
Mujer calculadora, ¡misteriosa mujer!

¿En qué poema quedó tu soledad?
¿En qué canción gritaron hoy tus miedos?
¿En qué serie de televisión viste a la muerte?
¿Dónde está el guión de tus tragedias, si cada que te lamo el vientre me sabe como a higo?
¿O eso sos; buganvilia claroscura?, ¿hortensia transgresora?, ¿menstruación afrodisíaca?

No es que soy machista.
Ya no.
Se me acabaron las metáforas, las musas... y me queda una mujer.

¿Sueños de piedra?  

Foto: Anastasii Mikhailov

Ya no, por suerte.
Estoy vivo y ya sos más.



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Christian Echeverría 

Una rara mezcla entre psicólogo, poeta, activista, bloguero y periodista digital que sólo es posible en el siglo xxi. Creador de Asuntos inconclusos.
 

miércoles, 25 de noviembre de 2015

La violencia en nosotras

POR ELIZABETH ROJAS 



Quiero comenzar agradeciendo a Asuntos Inconclusos por este espacio en el que hablaremos de género.

La primera columna he querido dedicarla hoy, 25 de noviembre, Día Internacional de la No Violencia Contra las Mujeres, a lo que hemos incorporado sin querer y nos hace tanto daño.

Hablamos mucho de los agresores fuera de nosotras, pero poco de cuando nosotras mismas agredimos, muchas veces inconscientemente, a otrxs y a nosotras mismas...
 
Foto: Francesca Woodman

Nos agredimos cuando nos colocamos cargas superiores a nuestras fuerzas y luego nos frustramos cuando no lo logramos; nos hacemos violencia cuando nos molesta no tener la imagen que el sistema patriarcal ha establecido como ideal.

También somos violentas contra nosotras mismas cuando no nos permitimos equivocarnos, cuando nos comparamos con otras, cuando permitimos que las opiniones ajenas determinen nuestra vida.

Ejercemos violencia cuando no escuchamos nuestro corazón, cuando los prejuicios, los mandatos que de niñas recibimos, el qué dirán y otros cucos se interponen entre nosotras y la felicidad.


Nos violentamos cuando adoptamos como permanente una postura de víctimas ante la vida, cuando rehusamos reconocer nuestra responsabilidad en las malas decisiones tomadas, cuando decimos “me va mal en el amor”, en lugar de sentarnos a revisar nuestro patrón de selección y los factores que lo influyen para modificarlo.

Somos violentas cuando culpamos continuamente a nuestras parejas anteriores de que la relación no haya funcionado, cuando nos dejamos consumir por el rencor, cuando planeamos la venganza.

Ejercemos violencia cuando nos colocamos un precio y permitimos que se nos trate como mercadería. Somos violentas cuando dependemos, cuando cedemos para no confrontar, cuando callamos.

Somos violentas cuando insultamos a otras mujeres, cuando nos burlamos de ellas; cuando en lugar de  aliarnos, nos destrozamos entre nosotras. Cuando criticamos ofensivamente a una mujer en un cargo público, como no lo haríamos con un hombre.


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Y es que si queremos impedir que los demás ejerzan violencia en contra nuestra, debemos comenzar viendo hacia adentro, reconociendo con honestidad cuánta de esa violencia hemos naturalizado y cuánta infligimos en nosotras y otrxs.

Deseo que este día y todos los demás, cada una de nosotras diga: “Elijo una vida sin violencia y comienzo por mí”.

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Elizabeth Rojas       ManiFiestro 


Cuestionadora y confrontadora. Apasionada y fiel a sí misma. Nerd y feminista sin rabia. Mujer en deconstrucción




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Violencias contra las mujeres (o todo comienza en la niñez)



POR MYRELLA SAADEH

Cada 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, instituido por Naciones Unidas en 1999, después de considerar que la violencia contra las mujeres en el mundo tiene características de pandemia en tanto que afecta su salud física, mental, sexual y reproductiva y después de que en 1994 aprobara la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Foto original: cnnespanol.cnn.com, noviembre de 2013 / Asuntos Inconclusos protegió la identidad de los niños del caso Siekavizza


Este día es conmemorado así, ya que en esa fecha pero en 1960, apareció el cuerpo destrozado de la activista Minerva Mirabal; asesinada en el régimen del presidente Trujillo de la República Dominicana igual que sus hermanas Patria y María Teresa. Las hermanas Mirabal se han convertido en un símbolo mundial de la lucha contra la violencia hacia las mujeres.

Se ha documentado que más de una tercera parte de los asesinatos de las mujeres es cometida por sus parejas; la mitad por un familiar, novio o compañero sentimental que las violenta física o sexualmente.

Menos documentadas están las violencias psicológicas y económicas que ocasionan otras situaciones de exclusión y dolor para las mujeres en el mundo.

Las feministas han hecho un gran trabajo construyendo toda una teoría desde donde interpretan que estas históricas y duras situaciones son producto de un sistema patriarcal, vertical y machista que ha posicionado a la mujer como una ciudadana de tercera o cuarta categoría. Estas reflexiones y su teorización han generado muchísimas acciones legales, de movilización social y sensibilización para poner el tema en la agenda de los países en el mundo, y comenzar a revolver el sistema de poder a favor de las mujeres.

Sin embargo, estas violencias no comienzan en el momento en el que cumplen la mayoría de edad. Es un hecho que viene gestándose desde antes de ser concebidas. Las niñas y las adolescentes poseen una doble condición de vulnerabilidad por ser personas menores de edad (que se convierte en triple si son rurales, o en cuádruple si pertenecen a población indígena).

Esto ha dado lugar a que sean parte de macabras estadísticas de violencias físicas definidas como maltrato, y sufridas principalmente en estos espacios en los que naturalmente deberían ser protegidas: su casa y el ámbito escolar. O violencias emocionales caracterizadas por insultos y humillaciones, principalmente por su condición de mujer; sexuales, que se han tipificado como violaciones, acoso, trata para la explotación sexual y comercial y en algunos lugares del mundo como mutilación genital, más las violencias estructurales que las dejan fuera y completamente excluidas de sus principales derechos a la educación, salud, participación, cultura, recreación, entre otras.

Todas estas circunstancias son un caldo de cultivo que preparan el terreno para toda una vida de violencias contra las mujeres, que comienzan desde que la familia sabe que quien nacerá es una niña que no amerita la celebración familiar, el puro o el caldo de gallina porque ella no es “arrecha”, como no lo fue su madre, su abuela y su bisabuela. Total, las mujeres son sólo para echar las tortillas, hacer la comida, calentar o acarrear el agua, lavar la ropa y traer los hijos al mundo; mejor si son varones, porque ellos sí sirven...

En Guatemala, hay casos dolorosos de extrema violencia que han terminado con la muerte de las niñas, como el de Alba España de 8 años del municipio de Camotán, Chiquimula, secuestrada y asesinada después de que había sido “negociada” por Q19 mil; o el de Dulce Velásquez de 10 años, secuestrada, asesinada y enterrada en la misma escuela donde estudiaba en la ciudad de Guatemala por el conserje del centro educativo y su esposa. Y así, cientos y miles de niñas y adolescentes sufren violencias que continúan padeciendo hasta el final de sus días.


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Los y las activistas de Derechos de la Niñez y Adolescencia han construido otro camino para poner a esta población sin voz ni voto en la agenda política, económica y social de los países. Sin embargo, no ha sido suficiente.

La realidad les sigue rebasando. Los indicadores relativos a las violencias contra las niñas y las adolescentes tienen un comportamiento que refleja el deterioro de su condición, a tal extremo que leyes, programas, planes y proyectos, así como su institucionalidad para atenderlas y prevenir que estas circunstancias las violenten de muchas maneras, no cumplen su cometido. 

A pesar de esa realidad, hay una convicción de seguir insistiendo en su protección a través de variadas estrategias orientadas a la eliminación de las violencias de sus vidas, confiando en que se está preparando un mejor presente para ellas y un mejor futuro para sus vidas adultas.

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Myrella Saadeh      LABERINTO 

El nombre de esta columna es complejo, desde donde propongo hacer un recorrido por la situación de la niñez de Guatemala. Soy psicóloga, catedrática de la Facultad de Humanidades de la Universidad Rafael Landívar e investigadora, y soy directora de PAMI. Una organización que promueve los derechos y la participación de la niñez y adolescencia desde 1989




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