domingo, 28 de mayo de 2017

Pobre Luis de Lión (o poesía desde el presente)

Foto: Google



Pobre Luis de Lión
En su tiempo
los cuerpos de las mujeres 
eran catedrales
Pero ahora 
aparecen desmembrados
Y a sus labios
que eran mucho más
que un fruto prohibido
ya no les creo una palabra
igualmente que a los míos
Hoy ya solo busco
su silencio
¡Obsidianas de las pieles!

Pobre Luis de Lión
Porque la aldea que llevaba en la cabeza
se extendió a la capital
Y el indio bajado de las montañas al pueblo
somos todos
y su vuelo es un evento
del Ministerio de Cultura

El viento no es lo que solía 



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Una rara mezcla entre psicólogo, poeta, escritor, activista, bloguero y periodista digital que sólo es posible en el siglo xxi. Creador de Asuntos inconclusos


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sábado, 20 de mayo de 2017

Luis de Lión y el deseo de sentido de la vida

Foto: Lukas Avendaño, resignificación de la cultura indígena. Contemporary Performance Artist Anúk Guerrero

POR CHRISTIAN ECHEVERRÍA

Yo no creo que Luis de Lión quisiera ser asesinado y desaparecido por los sociópatas del ejército [1] solo para que un grupo de idiotas hipsters impotentes y egoístas como nosotros lo “recuerde” en un bar de mierda de la “ciudad de Guatemala” 30 años después de su crimen. No. Lo que él quería se lee en el poema de este post, que escribió y que sale en el prólogo de Mario Roberto Morales para su novela El tiempo principia en Xibalbá de Ediciones del Pensativo; él quería cogerse a Brigitte Bardot, que simboliza, igual que la virgen de su obra, el objeto-mundo negado al indígena, individual y colectivamente. 

Sí, así es. Él quería coger, cogerse al mundo y vivir, y en su lucha político-ideológica colectiva quería que otros “indios bajados de la montaña al pueblo” como él también cogieran y vivieran, real y simbólicamente. Punto. 

Freud decía que las religiones (que construyen mártires también en la izquierda) son un intento de negar la muerte [2], pero la realidad es que estas la confirman y reproducen. Además, ¿evitaríamos la muerte sin ejército, sin guerra, sin genocidio, desaparición forzada, sin dictaduras o tortura? 

Yalom [3] dice que el asunto de la muerte es uno de los grandes conflictos existenciales que provocan neurosis, y es verdad que la necrofilia de las religiones con su necesidad obsesivo-compulsiva de crear mártires colectivos es una expresión de esto. 

Frankl [4] y el mismo Yalom decían que el ser humano es más que la suma de sus partes; es decir, más que una estructura cultural (religión, partido o comunidad política). Castoriadis [5] dijo que la historia es una creación poética, y no un relato monolítico. ¿Qué sentido tiene, pues, convertir a Luis de Lión (y miles como él) en un mártir cristiano? ¿Qué sentido tiene matar otra vez al poeta y al ser humano con estos rituales de “memoria”? ¿Qué sentido tiene perder el tiempo en ello, en lugar de coger con Brigitte Bardot (o con la “virgen de mi aldea”), escribir con ella un poema y recordar a Luis de Lión en la cama después del polvo?

Brigitte Bardot

Yo venía de un pueblo donde no había cine
y sus mujeres eran catedrales
Mis ojos sólo conocían los troncos de los árboles
y nunca habían visto un muslo 
Los senos no tenían nada de erotismo
eran frutas llenas de jugo para los labios de los niños 
(…) Los vientres eran surcos para reproducir la vida (…) 
Pero Dios
creó en Paris una mujer
y la exportó envuelta en celuloide
Eras Nuestra Señora 
Mi señora 
Pero sobre todo, eras la Revolución Francesa
Tus piernas eran dos cañones de amor
que disparaban a mis ojos y sacudían mis tímpanos
Brigitte Bardot
yo intenté resistencia
pero tu fuego era demasiado
La aldea que yo traía en la cabeza
fue tomada por asalto y arrasada
Y tuve que abrirte mi corazón
y luego alzar los brazos



Referencias:
[2] Freud, Sigmun (1976). Obras completas, El malestar en la cultura. Amorrortu Editores, Argentina.
[3] Yalom, Irvin D. (1984). Psicoterapia existencial. Editorial Herder, Barcelona.       
[4] Frankl, Viktor E. (1975). El hombre doliente, fundamentos antropológicos de la psicoterapia. Editorial Herder, Barcelona.       
[5] Castoriadis, Cornelius (1975). La institución imaginaria de la sociedad. Tusquets Editores.  


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viernes, 19 de mayo de 2017

Los niños felices

Foto: Christian Rodríguez 


POR CHRISTIAN RODRÍGUEZ

Los niños son igual de felices con palos que con tablets, pero los palos no les mata su imaginación.

Durante mi niñez, pasaba las vacaciones escolares en una pequeña aldea en Zacapa en donde literalmente retrocedía en el tiempo. En las casas no había televisión ni teléfonos y tan solo un par de familias tenían energía eléctrica. Eran casitas con techo de palma y paredes de adobe o palos puestos verticalmente por donde se colaba el viento y podía ver a través de ellos hacia la calle, así que no tenían ventanas. Las puertas se cerraban por las noches para que no entraran animales o espíritus, ya que se decía que sólo por la noche intentaban entrar y por eso durante el día las puertas siempre permanecían abiertas; si las familias tenían que salir se colocaba una vara de bambú atravesada para indicar que no había nadie dentro.

Aparte de las casitas de adobe no había mucho más que piedras, cactus y un sinfín de hermosos guayacanes que con su sombra daban un respiro ante el implacable sol de esa sofocante y árida región.

El calor de esa tierra era infernal durante todo el año, la tierra quemaba los pies. Era tan ardiente como las brasas de leña con la que cocinaba mi abuela. Aun así, la mayoría de personas andaban descalzas, tenían la planta de sus pies como del más duro cuero que les permitía correr sobre puntiagudas y filosas piedras que no les hacían ni cosquillas.

La mayoría de niños y niñas que vivían allí conocía los secretos de las plantas, de los animales… todo el tiempo estaban atentos a descubrir bichos y esperar el paso de las aves, aunque luego las cazaban disparándoles piedras con sus resorteras, algo que yo siempre les recriminé y que jamás entendieron. Era parte de su vida.

Hice varios amigos a pesar de que yo era muy diferente a ellos, vestía distinto y jamás me quitaba los zapatos. Tenía fama de ser sofisticado por venir de la ciudad, donde sí teníamos energía eléctrica y televisión B/N. También decían que yo era muy inteligente, porque era de los afortunados que podían asistir a una escuela.

Sin embargo, en esa aldea me sentía como un verdadero inútil. No podía hacer las cosas que ellos hacían de manera natural, como caminar descalzo, trepar a los árboles, saber qué semillas o flores se podían comer, o identificar qué bichos se podían tocar. Eran fuertes, rápidos y muy ágiles, mientras yo era un debilucho, lento y bastante torpe.

Tampoco era hábil en el uso de herramientas, ellos con solo 8 ó 10 años se manejaban perfectamente bien con machetes, hondas, trampas para animales; hasta hacían fuego con piedras y navajas con obsidiana. Me maravilla viéndoles porque ellos sabían tantas cosas que en la escuela jamás me enseñaron.

A medio camino de la colecta de leña, entre un laberinto de arbustos y plantas espinosas, llegábamos a un río de aguas cristalinas. Todos, sin pensarlo, se subían a una piedra enorme y se lanzaban desde lo alto dando vueltas en el aire o zambulléndose de cabeza en la profunda posa de agua. Todos menos yo. A mí me daba miedo porque casi no podía nadar.

Luego del baño tocaba regresar. Cargados con las pesadas cargas de leña iban cantando y riendo. Yo les seguía con la respiración entrecortada cargando con apenas unos cuántos palitos secos que no pesaban ni una cuarta parte del peso que ellos llevaban a sus espaldas. 

Siempre, después de comer, jugábamos el resto de la tarde, no teníamos juguetes así que improvisábamos con piedras, frutas y palos. Nuestro lugar favorito de la casa era una piedra del tamaño de un sofá bajo la sombra de un árbol de limón. Esa piedra nos sirvió de muchos juegos: a veces imaginábamos que era un caballo, otras veces un cohete espacial, pero la mayoría de ocasiones jugábamos a que esa piedra era un bus. Le hacíamos palancas con palos y pedales con otras piedras. El dinero para pagar el viaje imaginario eran piedras o semillas. Esa misma piedra nos sirvió para jugar a la comidita: los platos los hacíamos con la piel de naranjas partidas a la mitad o con los morros de los tecomates.

Nos divertíamos mucho, pero las vacaciones escolares terminaban y tocaba regresar a la ciudad cosmopolita y moderna, donde la vida iba a un ritmo mucho más acelerado, y cada vez había menos tiempo para pensar, fantasear o para aburrirse. De la televisión blanco y negro con 4 canales, rápido pasamos a las de color, y luego vinieron los cientos de canales y, sin darnos cuenta, ya estábamos cambiándolas por pantallas planas 3D y alta resolución.

De un teléfono que servía para hacer llamadas, pasamos a otros que nos sirven para todo, con miles de Apps que permiten jugar, escuchar música, ver vídeos, comprar, sacar fotos y hasta te dicen por dónde tienes que ir si no sabes cómo llegar a un sitio. Ahí vamos pendientes de las instrucciones por voz que nos dicen, lo mismo que de las flechitas que nos mandan para acá y para allá, y así convertimos la tarea de buscar una dirección en un entretenimiento más.

Curiosamente ese crecimiento tecnológico que nos da múltiples opciones de entretenimiento es inversamente proporcional a nuestra satisfacción. No soltamos las pantallas ni siquiera para ir al baño, lugar apropiado en la intimidad para revisar más relajadamente correos y publicaciones en redes sociales. Aunque algunas personas, jóvenes en su mayoría, esa “intimidad” la han obviado y se ponen a sacar selfies; sí, en el mismo lugar donde cagan.

Decía Peter Capusotto, cómico argentino, que el aburrimiento lo inventaron los capitalistas neoliberales así como contaminan los ríos, para luego vendernos agua embotellada; lo mismo hicieron con el aburrimiento: nos venden la comunicación como remedio. Nos comunicamos más por entretenernos que por decir algo realmente importante.


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Es tal nuestra necesidad de comunicarnos por pantallas que intentamos ahorrarnos tiempo escribiendo “q” en lugar de “que”, “tqm” en lugar de “te quiero mucho” o “wtf”, que le podemos dar el significado que nos plazca. Un buen amigo mío decía: “Me pregunto qué harán con todo ese tiempo que ahorran al no escribir el resto de letras”.  


A nuestros hijos no les dejamos aburrirse. En el momento que vemos que no están haciendo nada o que pueden interferir en nuestras tareas les ponemos pantallas, no solo para entretenerles sino también para que coman o para que les entre el sueño.

  
Están siempre ante pantallas o con juguetes tan inteligentes que hacen de todo, incluso hacen parecer estúpidos a los niños. Juguetes que hacen mil sonidos, luces y movimientos como quien dice: “No me toques tanto que yo lo haré todo por ti”. 

No me extraña que de adultos la mayoría prefiera conocer las historias viendo las películas ya hechas y súper-resumidas que leerlas en libros con la que despiertas la imaginación con cada detalle de personajes, contextos y situaciones.

Estamos criando bebés con estimulación temprana, niños hiperactivos y adultos estresados.
Íbamos a la montaña a salirnos de ese círculo vicioso de la vida rápida, a despejar la mente, a aburrirnos a fantasear con la inmensidad de la naturaleza. Pero eso se acabó, ahora se va a la montaña a hacer mediciones de distancias, tiempos, calorías quemadas, desniveles, pasos dados y de ver cómo se incrementan nuestros megas y gigas por las fotos, vídeos y transmisiones en vivo.

No estoy en contra de la tecnología, todo lo contrario. Soy aficionado del internet y de las redes sociales, un apasionado de las computadoras a nivel programación y fui profesor de informática durante 15 años. Pero es que me gustaría ver a más niños aburridos para que piensen, fantaseen o pongan su mente en blanco para que digieran mejor su entorno.

Aburrirnos es importante, porque el tiempo pasa más lento y así lo apreciamos mejor. Aburrimiento no es sinónimo de tristeza, sino todo lo contrario: aburrirse agitando un palo o tirando piedras al charco es divertido… y no mata nuestra imaginación...

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Christian Rodríguez      DE SIMAS Y CIMAS

Nací en 1976. Crecí en la zona 18.

Para escapar me fui a probar suerte a las montañas (más de 400 ascendidas en Europa, África y América). 
Soy guía de montaña titulado en Europa, conferencista, galardonado escritor y fotógrafo. Presidente de Entreamigos-Lagun Artean. Migré a tierras vascas (2009) siguiendo el amor 


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lunes, 15 de mayo de 2017

¿Adónde va Venezuela?

Foto: agencias/GUIOTECA 


POR MARCELO COLUSSI

Venezuela está viviendo una situación muy especial. Puede ser un momento definitorio: la revolución bolivariana está ante la posibilidad de caer o de profundizarse como propuesta socialista. O, en todo caso, de tomar otro camino: una negociación con las fuerzas que la adversan, una claudicación, que daría por resultado un proceso híbrido.

En realidad, el proceso que se vive desde 1998 con la llegada al poder ejecutivo de Hugo Chávez es ya bastante híbrido. Su aparición no fue una revolución popular, socialista, como las que se dieron en Rusia, China o Cuba. Fue un proceso confuso en el que un militar formado en el anticomunismo, antimarxista, profundamente cristiano, se montó en el descontento popular que venía dándose desde 1989 con el Caracazo, la gran reacción a las medidas neoliberales. Chávez ganó las elecciones y comenzó a construir un proyecto nacionalista, pero, para sorpresa de todos (aun de la misma población que lo votó), rápidamente comenzó a hablar de un "nuevo socialismo" y a formular la crítica del socialismo real, ya caído para ese entonces.

En realidad, el proyecto de la revolución bolivariana fue más un sentimiento que una idea política: fue una gran movilización centrada en la figura carismática de un líder como pocos. Pero no hubo transformaciones revolucionarias de base. De todos modos, sin dudas se registraron cambios en el país. A partir de un proyecto nacionalista, popular, con una alta carga de asistencialismo, los sectores históricamente postergados (el grueso de la población) se vieron favorecidos. La renta petrolera, siempre muy alta, favoreció esos programas sociales.

De todos modos, el proyecto chavista nunca fue propiamente una transformación revolucionaria de la sociedad. De hecho, la propiedad privada capitalista siguió siendo definitoria. No hubo expropiaciones de los medios de producción. No hubo reforma agraria. No se construyó un efectivo poder popular desde abajo con milicias armadas defendiendo la revolución. Hubo, por supuesto, profundas mejoras en la situación de vida de las grandes mayorías, pero siempre desde una óptica de asistencialismo estatal. La revolución, en muy buena medida, era Chávez. «Chávez me regaló la casa», podría ser una frase que sintetiza la dinámica establecida. Alguna vez, caminando juntos por Venezuela y viendo cómo la gente se le arrimaba al presidente a pedirle de todo, Fidel Castro dijo: «Chico, pareces el alcalde del país». Eso es el proceso bolivariano: una indefinición ideológica (se mezclaba el Che Guevara con Jesús) asentada casi exclusivamente en la figura de un líder carismático.

Muerto Chávez, con Maduro de presidente, la dinámica no cambió sustancialmente. Pero sí hubo una diferencia: el precio del petróleo bajó, por lo que la bonanza de años atrás no pudo seguir manteniéndose. El socialismo del siglo xxi, nunca claramente definido, fue más una promesa que una realidad y, con una renta petrolera mermada, fue lentificándose.

Si bien Venezuela no era una profunda revolución socialista (la cultura del rentismo petrolero no desapareció, tampoco el consumismo agringado ni las Miss Universo), Estados Unidos bombardeó siempre el proceso bolivariano. ¿Por qué? Porque allí se encuentran las reservas petroleras más grande del mundo, vitales para la economía estadounidense. Ese es el motivo de fondo del continuo ataque: intento de golpe de Estado, saboteo, matriz mediática furiosamente antichavista. Con Maduro, la derecha (nacional y la de Washington) arreciaron la arremetida.

Desde hace un tiempo los medios de comunicación comerciales de todo el mundo presentan a Venezuela como un caos, manejada por una supuesta dictadura comunista, con violencia e insolubles problemas económicos. La imagen de Maduro es pisoteada a diario, y el clima de zozobra que se ha ido creando (con desabastecimiento programado, mercado negro, provocaciones de bandas armadas) hace complicada la vida cotidiana para el venezolano común, a tal punto que Washington ya habla de la necesidad de intervenir en el país para «salvar la democracia». Un coro de países títeres y la OEA avalan la idea.


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¿Qué puede pasar ahora en el país sudamericano? El proceso está complicado y las opciones parecen solo dos: o se profundiza realmente la vía socialista o la contrarrevolución puede arrasar todo lo avanzando por el chavismo en estos años, de modo que esa riqueza petrolera quede en manos de las multinacionales estadounidenses y europeas.

Está claro que la revolución está en aprietos. Medidas socialistas que deberían haberse tomado años atrás (control obrero de la producción, milicias populares, diversificación productiva para salir del rentismo petrolero, reforma agraria, profundización real del poder popular) pueden ser el camino. La tibieza en este momento puede ser el preámbulo del envalentonamiento final de la derecha. Las concesiones no aplacan la furia, sino que la encienden más.

Dijo Rosa Luxemburgo, analizando la revolución rusa: «No se puede mantener el justo medio en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino y los arrojará al abismo».


Conclusión: el socialismo solo puede mejorarse con ¡más y mejor socialismo!, nunca con menos... 

Nota publicada en Plaza Pública el 15/5/17. 


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Marcelo Colussi     PLATIQUEMOS UN RATO  


Argentina (1956). Estudió Psicología y Filosofía. Vivió en varios países latinoamericanos y desde hace 20 años radica en Guatemala. Investigador social, psicoanalista y además escribe relatos, con varios libros publicados. Foto: aporrea.org



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lunes, 1 de mayo de 2017

¿Quién mató a Brenda Domínguez?

Familiares lloran sobre el ataúd de Brenda Dominguez, quien murió el sábado y fue inhumada el domingo. Foto: Prensa Libre/Estuardo Paredes
   
-¿Por qué sonríe? -le preguntaron mientras lo esposaban.
-Porque Dios es bueno -respondió el detenido.   

 POR MARCELO COLUSSI 

“En Guatemala solo borracho se puede vivir”, dijo alguna vez el Premio Nobel Miguel Ángel Asturias. Quizás exageraba, pero la frase guarda algo de razón: la situación diaria es un muestrario de injusticias, de conflictos nunca resueltos, de excesos tan disparatados que invitan a escapar despavoridos. De ahí que el alcohol pareciera una buena puerta de salida.
Pero aun borrachos, la cruda realidad ahí está. Aunque no guste, las injusticias, los conflictos y los excesos se suceden a diario. ¿Qué pasó estos días con ese incidente que funcionó como bomba mediática: el atropellamiento de unos jóvenes que protestaban, con la consecuencia de una muchacha muerta y varios heridos? Más allá del tratamiento amarillista a que nos tienen acostumbrados estas cosas (como cuando hay un accidente de tránsito y la gente provoca interminables colas para detenerse a husmear qué pasó), la marea mediática infló las cosas (seguramente vendiendo más “mercadería periodística” estos días), dividiendo la realidad de modo maniqueo entre “buenos” y “malos”. Pero la realidad es infinitamente más complicada que eso, que “buenos” y “malos” (eso suena a Hollywood…, y la vida –desgraciada o felizmente– no es esa ramplona banalidad). 

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Evento en Facebook aquí

¿Quién tiene la “culpa” de lo acontecido, de la muerte de la joven Brenda Domínguez? Una suma de complejidades. Quizá hay que verlo en clave de ese muestrario de injusticias, de conflictos nunca resueltos, de excesos tan disparatados. Una sociedad con una cultura de violencia histórica, donde la impunidad campea altiva y donde la también mediática “lucha contra la corrupción” desatada desde abril de 2015 no pasa de pantalla distractora (¿en qué mejoró la calidad de vida de los guatemaltecos con algunos funcionarios presos? ¿Terminó la desnutrición, el analfabetismo, la exclusión, la vulnerabilidad ante cada estación lluviosa, la desocupación, la violencia cotidiana de jóvenes que están en maras con Pérez Molina y Roxana Baldetti presos?); una sociedad donde el “98% de los delitos queda impune” (según declarara la anterior Fiscal General), donde un condenado a 80 años de prisión inconmutable por hiperprobados delitos de lesa humanidad queda libre dos días después del juicio que le condenara; una sociedad donde por Q200 se puede encargar la muerte de alguien a un sicario y donde por Q1,000 se consigue en el mercado negro un fusil de asalto con munición; una sociedad donde diariamente muere más gente por inanición que por hechos criminales (¿el hambre no es un crimen?); una sociedad donde muchos se indignan por un “barco del aborto” que llega a sus costas pero que está entre los principales países latinoamericanos en porcentaje de abortos (clandestinos, por supuesto, y con un altísimo índice de mortalidad femenina por las condiciones antihigiénicas en que se realizan); una sociedad donde, siguiendo los Documentos de Santa Fe de los tanques de pensamiento estadounidenses, las iglesias evangélicas avanzaron impetuosas en estos últimos años para cerrarle el paso a la Teología de la Liberación de la Iglesia católica (vista como “peligro comunista”), iglesias de donde proviene el padre del hechor del asesinato de la joven Brenda (un pastor “cristiano”); una sociedad donde muchos de sus miembros cargan devotamente en las procesiones de Semana Santa pero al mismo tiempo están de acuerdo con la pena de muerte y los linchamientos; una sociedad donde el hijo de ese pastor, que irresponsablemente atropelló a un grupo de jóvenes que protestaban ante injusticias de su centro educativo, iba desesperado a su trabajo en un call center para no llegar tarde porque, en tal caso, perdería el trabajo (sabiendo que la desocupación constituye un drama sin muchas salidas); una sociedad donde campean los call centers y se ven como “importantes fuentes de trabajo”, aun siendo virtuales maquilas (enclaves que realizan capitales foráneos dada la precariedad de los salarios locales, la exención de impuestos de que aquí gozan, la prohibición de sindicatos); una sociedad donde todo lo anterior es posible, permite (posibilita/fomenta) la reacción alocada de otro joven, para el caso de 25 años, que termina convirtiéndose en asesino. ¿Dios será bueno y lo “salvará”?
¿Quién tiene la “culpa” de lo que pasó el otro día? ¿Tal vez la “psicopatología” de este joven de 25 años, que sonríe bonachonamente esperando una gracia divina? ¿La población que escribe alegremente en las redes sociales que “atropellar está bien, porque los manifestantes violan el derecho a la libre locomoción”? Quizá, para empezar a entender el problema (¡y para buscarle soluciones!) conviene pensar todo esto según las palabras de Tirso de Molina: “¿Quién mató al Comendador? Fuente Ovejuna, Señor. Fuente Ovejuna lo hizo”.


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Marcelo Colussi     PLATIQUEMOS UN RATO  

Argentina (1956). Estudió Psicología y Filosofía. Vivió en varios países latinoamericanos y desde hace 20 años radica en Guatemala. Investigador social, psicoanalista y además escribe relatos, con varios libros publicados. Foto: aporrea.org


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