martes, 27 de junio de 2017

Policías privadas: un negocio del crimen

Diputado Estuardo Galdámez con una boina kaibil en sesión del Congreso. Foto: Prensa Libre/Esbin García


«Es más fácil transar con un marero que con un policía», decía con naturalidad un funcionario del Ministerio de Gobernación.


POR MARCELO COLUSSI 

Por supuesto, ¡sabía lo que decía! Es más: quizá el funcionario en cuestión no sea un mafioso corrupto, miembro de una de las tantas redes de poderes paralelos que se anidan en los organismos de Estado. Quizá simplemente es un conocedor de la cultura de corrupción que campea victoriosa en el ministerio en cuestión y, en particular, en las filas de la Policía Nacional Civil.

La población no confía en su Policía. Nadie, en general, toma el cuerpo policial como su Policía, como empleados a los que paga con sus impuestos y a quienes, por tanto, puede exigir que lo cuiden con esmero. La idea generalizada, por el contrario, es que la Policía Nacional Civil no responde a las necesidades de la ciudadanía, que es corrupta, ineficiente. Peligrosa, en definitiva.

En ese marco de descontento social, y junto a una ola delincuencial que (medios de comunicación mediante) pareciera barrer toda la sociedad y tenernos de rodillas, como machaconamente se repite, surgen las policías privadas.

Hoy por hoy, el mito de la eficiencia de lo privado también barre toda la sociedad. Contra la iniciativa privada no hay prácticamente voces críticas. Si algo es privado, en contraposición a lo público, eso pareciera suficiente garantía de que es bueno, eficiente, de calidad.

Ahora bien, en este momento los cuerpos policiales privados superan ampliamente a la fuerza pública. Si bien los datos no son exactos (lo cual debería ser un indicador de algo peligroso: ¿quién controla este campo?), todo indica que la relación es de 5 a 1, es decir, un 500 % más de agentes a favor de las agencias privadas: alrededor de 30 000 agentes de la PNC contra 150 000 privados. Pero eso, de todos modos, no garantiza la seguridad pública.

Pese a ese despliegue fabuloso de guardias privados que inunda todo espacio imaginable (iglesias, moteles, tiendas de barrios, peluquerías, guarderías infantiles, clínicas privadas…), el crimen sigue estando presente y la violencia cotidiana no se detiene. Los 15 muertos diarios que se reportan siguen siendo la cruda realidad del país, y el clima de violencia imperante no tiende a reducirse.

El análisis objetivo de la situación lleva a plantearse esta paradoja: cada vez más policías privadas, pero, al mismo tiempo, cada vez se acrecienta más el clima de inseguridad. ¿Por qué? La declaración de un expandillero, ahora músico profesional, da la pista: «No hace falta ser sociólogo ni analista político para darse cuenta de la relación que hay entre el chavo marero al que le dan la orden de extorsionar tal sector y el diputado o el chafa que después, en ese mismo sector, deja su tarjetita ofreciendo los servicios de su propia agencia de seguridad».



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Evidentemente, la ampliación al infinito de policías privadas no detiene el fenómeno de la criminalidad, lo cual obliga a concluir, como mínimo, dos cosas:
  1. La proliferación de agencias privadas de seguridad es directamente proporcional al aumento de la inseguridad (léase: buen negocio para esas empresas, que obviamente guardan vínculos con la delincuencia). Dicho de otro modo, para los propietarios de esas agencias es indispensable el clima de violencia (son aleccionadoras las palabras del exmarero al respecto).
  2. El tema de la violencia que nos toca no se resuelve con aparatos policiales, ni públicos ni privados. En todo caso, este es un problema muy complejo, que implica abordajes múltiples. Más empleos y educación, otro tipo de oportunidades para todos y desarrollo humano en su sentido más amplio son mejor receta que más policías armados, medidas de seguridad extremas y colonias amuralladas. También urge, complementariamente, transformar la cultura de corrupción que se ha impuesto, lo cual significa lucha contra la impunidad.
En definitiva, los planteos punitivos marchan juntos con la violencia desatada ¡y no la resuelven! En todo caso, son la expresión de una ideología de mano dura, de control social, de militarización de la vida civil. Transformar el país en un gran cuartel no evita la inseguridad. Si algo se puede hacer al respecto es prevenir la violencia. Y ello se logra con mejores condiciones de vida para todo el colectivo... 

Nota publicada en Plaza Pública el 26 06 17

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Marcelo Colussi     PLATIQUEMOS UN RATO  

Argentina (1956). Estudió Psicología y Filosofía. Vivió en varios países latinoamericanos y desde hace 20 años radica en Guatemala. Investigador social, psicoanalista y además escribe relatos, con varios libros publicados. Foto: aporrea.org


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lunes, 5 de junio de 2017

Militares latinoamericanos: los guardaespaldas del amo




POR MARCELO COLUSSI 

Los militares latinoamericanos, como todo militar, se han dedicado a la guerra; pero en muy buena medida a un tipo de guerra peculiar: las guerras civiles. En el transcurso del pasado siglo casi no hubo guerras interestatales en la región; la función de las fuerzas armadas se concentró en la represión interna.

Como parte de la Guerra Fría, prácticamente todos los países latinoamericanos vivieron guerras internas insurgentes y contrainsurgentes. Con distintas modalidades, en toda el área entre los 60 y los 90 tuvieron lugar feroces procesos de militarización. A la proclama revolucionaria siguieron invariablemente atroces acciones represivas.

La respuesta contrarrevolucionaria la dieron los Estados con sus cuerpos armados, ejércitos fundamentalmente. Esto pone en evidencia dos cosas: por un lado, ratifica qué son en verdad las maquinarias estatales ("violencia de clase organizada", según la definición leninista), a favor de qué proyecto se establecen y perpetúan (obviamente no del campo popular) y, por otro lado, desnuda la estructura de los poderes: los ejércitos reprimieron el proyecto revolucionario, pero ellos cumplieron su mandato; el real poder que usó la fuerza para seguir manteniendo sus privilegios no aparece en escena.


Hoy día, terminada la guerra fría y el "peligro comunista", dado que las sociedades fueron hondamente desmovilizadas producto de la brutal represión, los ejércitos retornaron a sus cuarteles. Incluso en los últimos años, ya innecesarios para el mantenimiento de la "paz interior” (porque el trabajo estaba cumplido) se inician tibios procesos de revisión de las guerras internas, de sus excesos y abusos.

Pasadas las dictaduras militares, con distintas modalidades, con suertes diversas también en los procesos emprendidos, los países que sufrieron esos monstruosos conflictos armados iniciaron alguna suerte de ajuste de cuentas con su historia.

Más allá de los resultados de esos procesos, desde el enjuiciamiento y condena a los comandantes argentinos hasta la total impunidad y el retorno al poder por vía democrática en Bolivia o en Guatemala, el común denominador ha sido y sigue siendo que los ejércitos contrainsurgentes cargan con todo el peso político y la reprobación social respecto a las guerras sucias transcurridas.


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Sin ninguna duda, esas guerras fratricidas fueron sucias, de más está decirlo. La tortura, la desaparición forzada de personas, la violación sistemática de mujeres, el arrasamiento de poblaciones rurales enteras, fueron parte de las estrategias de guerra seguidas por todos los cuerpos castrenses.

Hoy día, cuando pensamos en el fracaso de los proyectos revolucionarios latinoamericanos, tenemos inmediatamente la imagen del verde olivo y las botas militares. Pero, ¿no estaban preparados para eso los ejércitos de esta región?

La doctrina militar de todos los ejércitos del área no se elabora en Latinoamérica: para eso estaba la Escuela de las Américas en Panamá, por años sede del Comando Sur de las fuerzas estadounidenses. Los cuerpos castrenses locales han funcionado como ejércitos de ocupación; sus hipótesis de conflicto no eran las guerras contra otras potencias regionales sino el enemigo interno.

Los distintos grupos élites que se crearon tenían como objetivo mantener aterrorizadas a las propias poblaciones. Esos soldados, preparados en definitiva por Washington en su lógica de contención del avance comunista, adiestrados en las más despiadadas metodologías de guerra sucia y bendecidos por los grupos de poder locales, en las pasadas intervenciones no hicieron sino cumplir con el papel para el que fueron educados. En otros términos: fueron buenos alumnos.

Hoy día se habla de revisar el pasado. Ello es imprescindible, por cierto. El futuro se construye mirando el pasado; la basura no puede esconderse debajo de la alfombra porque, inexorablemente siempre, lo reprimido retorna. Pero esto abre una duda: revisar el pasado no debe ser sólo el juicio y castigo a los responsables directos de los crímenes infames que enlutaron las sociedades latinoamericanas las pasadas décadas.

Las fuerzas armadas cumplieron sus funciones, como sus mismos comandantes se cansaron de repetir en cualquiera de los países donde condujeron las guerras internas, y no tuvieron nada de qué arrepentirse. Por supuesto que lo condenable es la extralimitación en que, como Estado, incurrieron estas fuerzas.

El Estado no puede reprimir a su población, pero ¿de qué Estado hablamos? Es quimérico pensar que este aparato de Estado pertenece a todos; las dictaduras militares lo demostraron. Cuando el andamiaje real del poder de las clases dominantes es tocado, ahí se desnuda el carácter del Estado, de las "democracias" parlamentarias.


Si pedimos juicio y castigo a los responsables de los cientos de miles de muertos, desaparecidos, torturados y exiliados de los países latinoamericanos de nuestra historia reciente, si pedimos justicia para no olvidar la historia negra que se vivió, no debemos olvidar nunca que el enemigo no es el guardaespaldas del amo: sigue siendo el amo... 

Nota publicada en Prensa Latina. 

  
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Marcelo Colussi     PLATIQUEMOS UN RATO  

Argentina (1956). Estudió Psicología y Filosofía. Vivió en varios países latinoamericanos y desde hace 20 años radica en Guatemala. Investigador social, psicoanalista y además escribe relatos, con varios libros publicados. Foto: aporrea.org


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